La batalla del Tenaru, 21 de agosto de 1942 por Robert Leckie
Mi casco por almohada,
un
poncho por lecho,
sobre
el pecho cruzado el fusil,
las
estrellas girando en el cielo.
El
susurro del kunai,
el
murmullo del mar,
la
suspirante palmera y la noche tan calma
no revelan ningún enemigo.
¡Oíd!, en la
orilla del río tan silenciosa
hombres que dormís
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ese
grito extranjero al otro lado del arroyo.
¡Arriba!
¡Disparad al sonido!
Barriendo
el banco de arena
que
bloquea el Tenaru
al
grito de banzai una hueste
jura
destruir a los pocos que somos.
¡A
los fosos y trincheras!
¡Matadlos
con fusiles y cuchillos!
Alimentadlos
de plomo hasta que mueran
y sus esposas se queden viudas.
Hijos
de las madres que os dieron
el
honor y el don del nacimiento,
golpead
con el cuchillo hasta que sangre y vida
corran
por la tierra.
Marines,
mantened la fe en vuestra gloria,
proteged vuestra temblorosa trinchera.
La
intrusa caricia del acero nipón
Se acercan, atacan todos aullando,
sus pechos son blancos grandes.
El arma debe temblar, las balas hacer
una masacre de su ataque.
Rojos son los trazadores,
amarillos los proyectiles que estallan,
ronco es el grito de los hombres que
mueren,
agudos los gemidos de los heridos.
¡Dios, cómo retrocede asustada la noche!
Chilla con chipas naranjas.
La sacudida del mortero y el estrépito
del cañón
han crucificado la oscuridad.
Caen, los enemigos vacilantes
bajo nuestras armas yacen amontonados.
Con el resplandor verdoso de las bengalas
vemos la cosecha conseguida.
El primer feroz asalto
ha sido roto y contenido.
¡Martilleados
y heridos, desde pozos y trincheras,
nos alzamos al ataque!
El día estalla pálido desde el cañón de
un arma,
la vacilante noche ha
huido.A la luz del amanecer el enemigo ha trazado
una línea tras sus muertos.
Nuestros tanques traquetean,
asoman nuestros fusileros.
Sus corazones han conocido nuestra
bayoneta.
Todo termina con un grito.
«¡Alto el fuego!» Las palabras resuenan
sobre las montañas de muertos.
La batalla está ganada, el Sol Naciente
yace acribillado en la llanura.
San Miguel, ángel de la batalla,
te
alabamos ante Dios en las alturas.
El enemigo que nos diste era fuerte y
valiente
y
no temía la muerte.
Háblale
al Señor de nuestros camaradas,
muertos
cuando la batalla parecía perdida.
Fueron
a recibir una brillante derrota:
el
holocausto del héroe.
Falsa
es la alabanza al vencedor,
vacío
nuestro orgullo vivo.
Para
los que cayeron no hay infierno,
tampoco para los
valientes que murieron.