martes, 14 de octubre de 2014

La batalla del Tenaru

La batalla del Tenaru, 21 de agosto de 1942 por Robert Leckie


Mi casco por almohada,
un poncho por lecho,
sobre el pecho cruzado el fusil,
las estrellas girando en el cielo.
El susurro del kunai,
el murmullo del mar,
la suspirante palmera y la noche tan calma
no revelan ningún enemigo.
¡Oíd!, en la orilla del río tan silenciosa
hombres que dormís
http://nosolobatallassgm.blogspot.com.ar
/2012/05/batalla-del-rio-tenaru.html
ese grito extranjero al otro lado del arroyo.
¡Arriba! ¡Disparad al sonido!
Barriendo el banco de arena
que bloquea el Tenaru
al grito de banzai una hueste
jura destruir a los pocos que somos.
¡A los fosos y trincheras!
¡Matadlos con fusiles y cuchillos!
Alimentadlos de plomo hasta que mueran
y sus esposas se queden viudas.
Hijos de las madres que os dieron
el honor y el don del nacimiento,
golpead con el cuchillo hasta que sangre y vida
corran por la tierra.
Marines, mantened la fe en vuestra gloria,
proteged vuestra temblorosa trinchera.
La intrusa caricia del acero nipón
no puede penetrar en vuestra alma.
Se acercan, atacan todos aullando,
sus pechos son blancos grandes.
El arma debe temblar, las balas hacer
una masacre de su ataque.
Rojos son los trazadores,
amarillos los proyectiles que estallan,
ronco es el grito de los hombres que mueren,
agudos los gemidos de los heridos.
¡Dios, cómo retrocede asustada la noche!
Chilla con chipas naranjas.
La sacudida del mortero y el estrépito del cañón
han crucificado la oscuridad.
Caen, los enemigos vacilantes
bajo nuestras armas yacen amontonados.
Con el resplandor verdoso de las bengalas
vemos la cosecha conseguida.
El primer feroz asalto
ha sido roto y contenido.
¡Martilleados y heridos, desde pozos y trincheras,
nos alzamos al ataque!
El día estalla pálido desde el cañón de un arma,
la vacilante noche ha huido.
A la luz del amanecer el enemigo ha trazado
una línea tras sus muertos.
Nuestros tanques traquetean,
asoman nuestros fusileros.
Sus corazones han conocido nuestra bayoneta.
Todo termina con un grito.
«¡Alto el fuego!» Las palabras resuenan
sobre las montañas de muertos.
La batalla está ganada, el Sol Naciente
yace acribillado en la llanura.
San Miguel, ángel de la batalla,
te alabamos ante Dios en las alturas.
El enemigo que nos diste era fuerte y valiente
y no temía la muerte.
Háblale al Señor de nuestros camaradas,
muertos cuando la batalla parecía perdida.
Fueron a recibir una brillante derrota:
el holocausto del héroe.
Falsa es la alabanza al vencedor,
vacío nuestro orgullo vivo.
Para los que cayeron no hay infierno,
tampoco para los valientes que murieron.