Testigo de raza
Espero que mi relato transmita la inexcusable lección que yo he sacado del período histórico que me tocó presenciar desde una in-cómoda cercanía: si ha ocurrido una vez, puede volver a ocurrir; y si ocurrió en Alemania —un país que había crecido con la sabiduría de gigantes como Goethe y Schiller, enriqueciéndose con imperecederas contribuciones de genios de la música como Beethoven, Bach o Brahms—, puede ocurrir en cualquier parte del mundo.
Los actos de terrorismo y los brutales pogromos motivados por la limpieza racial, religiosa o étnica, así como el poder tribal ejercido por los nazis en Alemania, los han reproducido los afrikáners en Sudáfrica, los serbios en Kosovo, los tutsis en Ruanda, y protestantes y católicos en Irlanda del Norte, por citar sólo unos ejemplos. Al principio, los promotores del racismo no necesitan más que la callada aquiescencia pública. En el caso de la Alemania nazi, primero los alemanes y después el mundo entero hicieron oídos sordos ante las flagrantes violaciones de los derechos humanos que se cometían, hasta que, pasado el tiempo, fue demasiado tarde para impedir que los arquitectos de la locura racial llevaran a cabo sus malvados planes. Ese triste capítulo de la historia humana nos indica que nunca es demasiado pronto para enfrentarse al fanatismo y al racismo, sean cuales sean el momento, el lugar y la forma que asuman para mostrar su desagradable rostro. Responsabilidad de todos es enfrentarse, con tolerancia cero, a cualquier indicio mental o práctico de racismo, por mínimo que sea.
Los que hemos sufrido la depravación en la que puede caer un país bajo un régimen regido por manipuladores sin escrúpulos tenemos una deuda con los demás seres humanos: la de mantener este infame espectro vivo en la mente de la población.
HansJ. Massaquoi
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