Voroshílovsk,
30 de noviembre de 1942
En el cementerio, el más abandonado que
yo haya visto nunca en mi vida. Ocupa una superficie rectangular y está cerrado
por un muro semiderruido. Llamativa la ausencia de nombres; no se ven apenas
inscripciones ni en las losas cubiertas de musgo ni tampoco en las cruces de
San Andrés erosionadas por el tiempo; esas cruces están talladas en una blanca
piedra caliza de color pardo dorado. En una de aquellas cruces, es verdad, creí
poder descifrar la palabra patera, escrita
en caracteres griegos; me hizo pensar en Kubin y en Perla, su ciudad de sueños; muchas eran las cosas que aquí me recordaban esa ciudad.
Sobre las tumbas han crecido espesos matorrales; también proliferan
por todas partes los cardos y los lampazos. En medio de todo aquello han sido
excavadas nuevas fosas, en forma aparentemente caprichosa, las cuales no están
señaladas por ninguna cruz, ni de madera ni de piedra. Sólo huesos viejos
blanquean sobre el removido terreno. Por allí estaban desparramadas, como en un
puzzle, vértebras, costillas, tibias; también vi una verdosa calavera infantil
que yacía junto al muro.
Ernst Jünger
Radiaciones I
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