domingo, 30 de noviembre de 2014

Para mirar y pensar ...



Para mirar y pensar sobre las contradicciones del ser humano y sobre todo en lo que decía Aberdi, "...el hombre de guerra no merece la amistad del hombre de paz..."

Una verdad más...

Feliz Navidad 1914 - Joyeux noël

Documental: https://www.youtube.com/watch?v=JDSSSGZd3fA

Pipas de la paz, Paul McCartney
https://www.youtube.com/watch?v=Q2R_F2cNdlw

Trailer de la película: https://www.youtube.com/watch?v=YhBtOcxpTog
La película se encuentra en you tube.

Juan Bautista Alberdi II. La Guerra Justa.

La palabra Guerra Justa, envuelve un contrasentido salvaje; es lo mismo que decir, crimen justo, crimen santo, crimen legal.

No puede haber guerra justa, porque no hay guerra juiciosa.

La guerra es la pérdida temporal del juicio. Es la enajenación mental, especie de locura o monomanía, más o menos crítica y transitoria.

Al menos es un hecho que, en el estado de guerra, nada hacen los hombres que no sea una locura, nada que no sea malo, feo, indigno del hombre bueno.
Francisco de Goya y Lucientes, serie de grabados Los desastres de la Guerra (1808-1814)
¿No es sintomático que Goya haya querido
imprimir la salvaje visión del hombre en guerra?
De una y otra parte, todo cuanto hacen los hombres en guerra para sostener su derecho, como llaman a su encono, a su egoísmo salvaje, es torpe, cruel, bárbaro.
No alcanza con matar.
El hombre en guerra no merece la amistad del hombre en paz. La guerra, como el crimen, sabe suspender todo contacto social alrededor del que se hace culpable de ese crimen contra el género humano; como el que riñe obliga a las gentes honestas a apartar sus miradas del espectáculo inmoral de su violencia.

Guerra civilizada es un barbarismo equivalente al de barbarie civilizada.
Excluir a los salvajes de la guerra internacional, es privar a la guerra de sus soldados naturales

En: Alberdi, Juan Bautista. El crimen de la guerra 
1° ed., Buenos Aires, Claridad, 2009.

Tres preguntas:

1. ¿Haber participado de la guerra es lo que produce el silencio? ¿Por sentido moral?
2. ¿Existe la forma civilizada de guerra?
3. ¿Qué de esos pasajes de diarios de guerra, en los cuales leemos, cosas como, si hubiese paz podría haber sido mi compañero de pesca?

jueves, 27 de noviembre de 2014

Jueves 20 de Agosto de 1914


SMS Helgoland

Allí mismo se encontraba cuando estalló la guerra.

Richard recuerda que los ánimos estaban decaídos cuando el buque (SMS Helgoland) en el puerto debido a que las noticias que les habían ido llegando mientras navegaban en alta mar no eran nada excitantes; la gente se quejaba por doquier y decía: "Tanto revuelo para nada". Sin embargo, a nadie se le permitió desembarcar; al contrario, cargaron municiones y descargaron lo superfluo. Hacia las cinco y media se dio la señal de "todo el mundo a cubierta" y los hombres se apresuraron a formar. Después, uno de los oficiales de la nave, con mucha decisión y un papel en la mano, les hizo saber que esa noche tanto el ejército como la Armada serían movilizados: "Ya sabéis lo que eso significa: guerra". La orquesta del buque tocó con brío una melodía patriótica que todos entonaron con entusiasmo. "Nuestra alegría y excitación no tenía limite y duraron hasta muy entrada la noche".

Richard Stumpf
en: http://www.damals.de/de
/8/Matrosentagebuecher
-berichten-aus-dem-Kriegsalltag.html?aid
=191331&cp=9&action=showDetails

Pero en medio de todos esos vítores se barrunta ya una extraña asimetría. La energía desatada es colosal y parece arrastrar a todo el mundo. Stumpf toma nota, entre otras cosas y no sin satisfacción, de que varios escritores radicales que se han hecho famosos por sus acerbas y reiteradas críticas a la era del Kaiser Guillermo II ahora redacten altisonantes soflamas de solemne patriotismo. Lo que queda anegado en este maremoto de emociones inflamadas es la cuestión de porqué hay que luchar. Son muchos los que como Stumpf creen saber de qué va la cosa "en realidad" y "esa causa real" está ya sepultada bajo el hecho de estar en lucha. La guerra muestra los primeros signos de convertirse en su propio objetivo. Pocos son ya los que mencionan Sarajevo.





Englund, Peter. La Belleza y el dolor de la Guerra.
La primera guerra mundial en 227 fragmentos.
3° ed, Barcelona, Roca Ed., 2011

martes, 25 de noviembre de 2014

Cuidado se ha metido algún spam al blog, mientras lo analizo y lo quito tengan cuidado

JUAN BAUTISTA ALBERDI - ALGUNAS FRASES

Juan Bautista Alberdi.jpg
Daguerrotipo tomado en Chile
entre 1850-53 en Wikipedia

Muerto en 1884, este gran jurista argentino, también desde el exilio, escribe "El crimen de la guerra"
un gran ensayo que nos permitirá ir develando algunos de los misterios que estudiamos al respecto


1. El crimen de la guerra. Esta palabra nos sorprende, sólo en fuerza del grande hábito que tenemos de esta otra, que es realmente incomprensible y monstruosa: el derecho de guerra, es decir, el derecho de homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la más grande escala posible; porque esto es la guerra, y si no es esto, la guerra no es la guerra.

2. La democracia no se engaña en su aversión instintiva al cesarismo. Es la antipatía del derecho a la fuerza como base de autoridad; de la razón al capricho como regla de gobierno.
La espada de la justicia no es la espada de la guerra. La justicia, lejos de ser beligerante, es ajena de interés y es neutral en el debate sometido a su fallo. La guerra deja de ser guerra si no es el duelo de dos litigantes armados que hacen justicia mutua por la fuerza de su espada.
La espada de la guerra es la espada de la parte litigante, es decir, parcial y necesariamente injusta.

3. El crimen de la guerra reside en las relaciones de la guerra con la moral, con la justicia absoluta, con la religión aplicada y práctica, porque esto es lo que forma la ley natural o el derecho natural de las naciones, como de los individuos. Que el crimen sea cometido por uno o por mil, contra uno o contra mil, el crimen en sí mismo es siempre el crimen.

Se irán publicando más frases
con el tiempo.

En: Alberdi, Juan Bautista. El crimen de la guerra 
1° ed., Buenos Aires, Claridad, 2009 

lunes, 10 de noviembre de 2014

Escrito hace casi un siglo. Historia del Mundo por Hermann Hesse

Historia del Mundo
1918

Cuando era un muchacho y asistía a un mal colegio latino, la asignatura llamada "Historia del Mundo" se me antojaba algo infinitamente venerable, remoto, noble y poderoso, algo así como Jehová y Moisés. La historia del mundo había ocurrido anteriormente, había sido en un tiempo realidad y presente, había brillado y retumbado y ahora era algo acaecido hacía mucho tiempo, figuraba en los libros y era estudiado por los colegiales.

Lo último de la historia mundial que aprendíamos entonces los niños era la Guerra de los Setenta Años. Esto resultaba aún más asombroso y emocionante: nuestros padres y tíos habían participado en ella, y de haber durado dos años más aún la habríamos alcanzado nosotros. Qué magnífico debió ser: guerra, heroísmo, banderas al viento, generales a caballo, emperador nuevo. Como se nos aseguró con convencimiento y respeto, en esta guerra habían ocurrido milagros y hechos heroicos, había sido realmente magnífica y digna de la historia mundial y no como las de ayer, de hoy y de siempre.

Hombres y mujeres contribuyeron con inauditos esfuerzos y sufrieron inauditas penalidades, la masa del pueblo rió y lloró, entusiasmada por el vértigo de los acontecimientos. Gentes extrañas entre sí se abrazaban por las calles, el valor y el altruismo eran algo cotidiano... ¡Dios mío, haber podido vivir todo aquello! Las personas que nosotros conocíamos no habían sido héroes, ni siquiera los maestros que a determinadas horas nos relataban estas emocionantes historias, ni nuestros padres y tíos que habían tomado parte en tan grande y heroica contienda.

Pero algo de ello debía ser verdad, lo contaban gruesos tomos ilustrados, Bismarck pendía de todas las paredes, y aquel otoño se celebró la fiesta de Sedan, el día más hermoso del año.

Hasta los quince años no vi palidecer este oropel. Empecé a dudar de la venerabilidad de la historia mundial y dejé de creer que en otros tiempos las personas y los pueblos fuesen diferentes de hoy y no vivieran la vida cotidiana sino óperas y leyendas heroicas. Sabía que nuestros maestros tenían la misión de desorientarnos y deprimirnos al máximo y que exigían de nosotros virtudes de las que ellos carecían, y la historia del mundo que nos inculcaban debía ser un truco de los adultos para humillarnos y hacernos sentir pequeños.

El hecho de que yo pudiera pensar con esta falta de respeto en la historia mundial tenía sus motivos. Los adolescentes no viven de críticas y negaciones sino de sentimientos e ideales. Y en mi interior ya se había iniciado lo que aún perdura: empecé a desconfiar de las voces del exterior, y cuanto más oficiales eran tanto más desconfiaba. En general comencé a sentir que lo verdaderamente interesante y esencial, lo único que puede colmarnos, absorbernos y contener nuestro aliento, no se encuentra fuera de nosotros sino en nuestro interior. No quiero decir que supiera algo de esto entonces, pero lo presentía, y empecé a leer a los filósofos, liberar mi espíritu y profundizar en mis poetas preferidos, todo con el vago presentimiento de que éste era mi camino, el camino hacia mi mismo, y de que todos los demás caminos no eran los que yo necesitaba ni a los que yo pertenecía. Se había iniciado en mí lo que el cristiano llama "examen de conciencia" y el psicoanalísta, "introversión". No puedo decir que este camino, este modo de ser y de vivir, sea mejor que otro; sólo se que es necesario para el religioso y el poeta, los cuales jamás aprenderán, aunque quieran y se esfuercen por conseguirlo, lo que los nuevos maestros oficiales llaman "pensar históricamente".


Hermann Hesse por Hedwig Storch
en Wikipedia

Durante muchos años pude dejar que el mundo siguiera su curso y él a mí el mío. Yo consideraba lo que era importante para el mundo y ocupaba un lugar preponderante en discursos y editoriales, simple bombo y platillos, y el mundo por su parte consideraba lo que yo hacía y tenía por importante y sagrado, juegos y extravagancias. Y así podrían haber continuado las cosas. ¡Pero de pronto compareció de nuevo la historia del mundo! De repente todos los editoriales, profesores de universidad y catedráticos empezaron a afirmar que ahora volvía a ser un momento histórico, no cotidiano, y que había irrumpido la "gran hora". Nosotros los poetas y otros solitarios, a quienes esto no interesaba en absoluto, nosotros los religiosos, que advertíamos de la insensata petulancia y terrible despreocupación de nuestros dirigentes, dejamos de ser ahora unos poetas inofensivos que mueven a risa para convertirnos en enemigos de la patria, derrotistas, alarmistas y demás bonitos calificativos. Fuimos denunciados y apuntados en las Listas Negras, y en periódicos "bienintencionados" nos dedicaron venenosos artículos. En la vida privada ocurría lo mismo. Cuando en la primavera de 1915 pregunté a un amigo alemán porqué resultaba tan terrible la idea de ceder nuevamente Alsacia en determinadas circunstancias, él me hizo la observación de que en el plano personal me perdonaba muchas cosas, pero que si hablaba a otros de esta forma arriesgaría el pellejo.

Se continuaba hablando de la "gran hora", y yo continuaba sin vislumbrarla. Es decir, comprendía muy bien que para otros el presente fuera grande. Se lo parecía así porque para miles comenzaba a refulgir por primera vez un retazo de vida interior, un poco de alma. Viejas solteronas, que antes alimentaban animales domésticos, ahora podían cuidar a los heridos, y los jóvenes ofrecían la vida y comprendían su significado, hondamente estremecidos, por primera vez. Esto no era poco, sino algo grande, algo inaudito, pero , pero solamente lo era para aquellos que sabían pensar históricamente y conocían otras épocas. Para los demás, para los religiosos y los poetas, que también creían en Dios durante los día laborables y ya conocían de antes la existencia del alma, el presente no podía parecerles ni más grande ni más pequeño, puesto que con nuestro interior, con lo más íntimo de nuestro ser, no vivíamos en él.

Y lo mismo sigue ocurriendonos ahora, que ha vuelto a aparecer la historia del mundo y se representa una gran ópera. Mucha parte de lo que acontece corresponde a nuestros deseos: han caído potencias que llamábamos demoníacas y han desaparecido de la escena hombres malos y peligrosos a los que odiábamos y contra quienes luchábamos.

Pero a pesar de ello tampoco conseguiremos esta vez sumarnos a los grandes acontecimientos y vivir el vértigo de una nueva "gran hora". Sentimos el estremecimiento de la tierra, sufrimos por las víctimas, nos empobrecemos, pasamos hambre, pero no vemos en estos sufrimientos, ni en las banderas rojas, ni en las nuevas repúblicas, ni en los entusiasmos del pueblo, las cosas verdaderamente "grandes". También ahora sólo reconocemos y únicamente compartimos aquello que podemos considerar un auténtico enriquecimiento espiritual de la historia, una aparición de lo divino. Hubiéramos sentido una profunda compasión por el emperador, que era nuestro enemigo, si hubiera sabido retirase de una manera mas digna. Y el joven soldado que ha perdido la vida en la más ciega y absurda guerra por la patria y el emperador, nos es infinitamente más querido que el más inteligente de los oradores demócratas, que le increpan llamándole necio. Democracia y monarquía, estado federal o federación de estados, para nosotros es lo mismo, ya que preguntamos únicamente por el Cómo, nunca por el Qué. Y cuando un loco comete el acto más insensato con plena convicción, lo preferimos a todos los profesores que probablemente se pasarán ahora al nuevo régimen con la misma flexibilidad con que se inclinaron últimamente ante príncipes y altares. Somos partidarios ciegos de una "re valorización de todos los valores"; pero esta re valorización no ha de ocurrir en otra parte que en nuestros corazones.

Oigo las voces de aquellos que no ven en nuestro modo de pensar apocalíptico y no histórico más que una desdeñosa indiferencia de "intelectuales". Creen que somos gente que todo lo traslada al papel y para la cual la guerra y revolución, vida y muerte son sólo palabras. Es cierto que hay personas así, pero no tienen nada que ver con nosotros. Nosotros no carecemos de convicciones. No calificamos las convicciones de "buenas" y "malas", de derechas o de izquierdas, pero reconocemos dos clases de personas y juzgamos sólo según esta distinción: las que intentan vivir sus convicciones y las que se limitan a llevarlas en el bolsillo. La fidelidad alemana al emperador, que no ha podido soportar el tremendo giro de las circunstancias y se quita la vida románticamente al pie de un monumento, no es a nuestro juicio precisamente un modelo, pero la amamos y comprendemos, mientras que despreciamos al oportunista que hoy se expresa en la jerga revolucionaria con tanta elocuencia como ayer en el obsoleto lenguaje patriótico.

¡Cuánto ímpetu hay en el presente, cuántos corazones vuelven a palpitar apasionadamente estos días, llenos de abnegación y esperanza! ¡Cuántas cosas grandes pueden ocurrir! Nosotros los solitarios y predicadores del desierto no nos mantenemos apartados, no somos indiferentes, no nos sentimos sublimes, pero seguimos considerando que lo único "grande" tiene lugar en el alma humana. La conversión de la fe en el emperador en fe democrática no es para nosotros más que un cambio de bandera. ¡Ojalá fuera más que esto en muchos miles!

El fin de la guerra de cuatro años, conseguido estos días en el Oeste con el armisticio, no ha sido celebrado en ninguna parte. Este bando celebró la caída del despotismo, el otro, la victoria. El hecho de que en un momento determinado se interrumpiera el insensato tiroteo que ha durado cuatro horrible años, no ha impresionado realmente a nadie. ¡Mundo singular! ¿Por cuántas cosas mucho más pequeñas se vuelven a romper ya cristales de ventanas y también cráneos humanos?


En: Esse, Hermann. Sobre la guerra y la paz. 
7° ed. España, Noguer, 2003

sábado, 8 de noviembre de 2014

Navidad 1917 - Hermann Hesse

Navidad - Diciembre 1917

"...Ahora, al acercarse la cuarta Navidad de la guerra, el sabor de la lengua se ha hecho invencible. Celebro la Navidad, naturalmente, porque tengo hijos pequeños a los que no quiero negar una alegría. Pero celebro esta Navidad infantil del mismo modo que en mi actividad de guerra festejo la Navidad de los prisioneros, como un solemne acto oficial que se repite todos los años con el mismo polvoriento sentimentalismo. Enviamos bonitos paquetes y cajas adornados con ramas de abeto a los pobres prisioneros de de guerra a quienes dejamos languidecer desde hace tres años como si fueran criminales; es conmovedor, y yo mismo siento una fuerte emoción al pensar en la reacción del prisionero que recibe su pequeño regalo e imaginarme el aluvión de recuerdos que puede asaltarle cuando huela la rama de abeto. Pero esto a fin de cuentas, no es mas que otro sentimentalismo.

Y así como mantenemos encerrados a los prisioneros durante años, aunque lo único que han hecho ha sido dejarse sorprender en una ofensiva o en el curso de un reconocimiento, y después, en Navidad, visitamos a estos pobres cientos de miles y millones de hombres con un regalo sentimental, para recordarles la fiesta del amor, lo mismo hacemos con nuestros hijos. Una vez al año les dejamos conmemorar la leyenda del amor divino, somos cariñosos con ellos durante toda la velada, junto al árbol navideño, y en general les educamos para el mismo destino que hoy todos maldecimos.


Si el prisionero de guerra a quien envío el bonito paquete de Navidad me lo arroja a la cara y pisotea la sentimental rama de abeto, tendrá toda la razón...


...Cuantos sacerdotes y personas piadosas se lamentan de que la fe y con ella la felicidad del mundo, ha desaparecido, tienen razón. Nuestra actitud hacia todos los valores reales del hombre es de una barbarie y una crudeza desconocidas en el mundo desde hace siglos. Esto se patentiza en nuestra actitud hacia la religión, en nuestra actitud hacia el arte y en nuestro mismo arte...

Hermann Hesse
Retrato de Ernst Würtenberg - 1868-1934
Wikipedia
  

...Antes de que volvamos a celebrar la Navidad y despachemos con un mendaz sustituto del sentimiento a lo eterno y único importante que hay en nosotros, es necesario que adquiramos conciencia de todas nuestras miserias, incluso aunque nos lleve a la desesperación. La culpa de nuestra desgracia, la culpa de la insignificancia y la pobreza de nuestra vida, la culpa de la guerra, la culpa del hambre, la culpa de todo lo malo y todo lo triste no la tiene una idea o un principio, la tenemos nosotros, nosotros mismos. Y solo  puede rectificarse a través de nosotros, de nuestro discernimiento y voluntad.

...Es exactamente igual que después volvamos a adoptar y de nuevo hagamos nuestra la doctrina de Jesús o vayamos en busca de otras formas. La doctrina de Jesús y la doctrina de Lao-Tsé, la doctrina de los Vedas y la doctrina de Goethe es la misma en lo que se refiere a lo eterno en el ser humano. Sólo existe una doctrina. Sólo  existe una religión. Sólo existe una felicidad. Mil formas, mil predicadores, pero solo una llamada, sólo una voz. La voz de Dios no viene del Sinaí ni de la Biblia, la esencia del amor, de la belleza, de la santidad no está en el cristianismo ni en la antigüedad ni en Goethe ni en Tolstoi, está en tí, en tí y en mí, en cada uno de nosotros. Ésta es la antigua y única verdad, eternamente válida. Es la doctrina del "reino de los cielos", que llevamos en "nuestro interior".

...¡Iluminad árboles de Navidad para vuestros hijos! ¡Dejad que entonen canciones navideñas! Pero no os engañéis a vosotros mismos, no permanezcáis satisfechos para siempre de ese pobre y barato sentimiento conque celebráis vuestras fiestas. ¡Sed más exigentes con vosotros mismos! Porque el amor y la alegría, ese algo misterioso que llamamos "felicidad", no está aquí o allí sino "en nuestro interior".
En:  Esse, Herman. Sobre la guerra y la paz.
7° ed. España, Noguer, 2003